Paisaje citadino

Eran un poco más de las cinco de la tarde. La oscuridad ganaba espacio, el viento soplaba hiriente sobre mi rostro desnudo que asomaba por la puertona de la biblioteca mirando hacia la quinta avenida. Ahí estaba yo, detenida en mis pensamientos mientras los minutos pasaban. La calle estaba animada. Carros y buses pasaban uno tras otro, bocinazos, humo… humo brotando del transporte, humo fluyendo de alguna estufa en esas ventas que emanan olores a frituras, gente caminando hacia la izquierda, gente avanzando hacia la derecha. Unos niños pasan a mi lado, se pierden en el silencio del recinto que está a mis espaldas y luego regresan corriendo. Descubiertos, tiritando de frío escarban en una bolsa de chucherías, las migas que el otro ha dejado y así continúan. La más grande de ellos que a lo sumo llega a los ocho años, carga en sus brazos al más pequeño que tose repetidamente mientras de sus fosas nasales fluyen dos hilos de mocos que a ratos absorbe. Un grito desvía mi vista de los pequeños. Recostada en la baranda una pareja discute. Él reclama que no le ha contestado el teléfono todo el día. Ella lo abraza y le dice que no funciona el teléfono. Él la empuja, se da la vuelta, saca su teléfono y marca… el sonido de un celular lo regresa hacia a ella –¿no que no servía?–. Se abalanza con la mano alzada. Dejo de observar y me acerco, apenas digo no… cuando ambos me interrumpen “Shooo”. Él la toma del pelo, el gesto de ella es de dolor. Ella se va sobre él y le muerde los labios. Empiezan a besarse con vehemencia. Regreso a la puerta. No sé si esperar más a las personas con las que he quedado o entrar de una vez a la charla. El olor persiste a orines, me convence de entrar. La tarde agoniza, los niños corren aún en ese pequeño balcón en donde la pareja ha empezado a discutir de nuevo. Un chico me pide que me quite para entrar su bicicleta y deja caer un periódico que en la portada reza: Clamor para que renuncie Blanca Stalling de la CSJ. La Hora - Ene 14, 2017

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